Protagonistas

Elefantes protagonistas de Argentina

Mara: el primer viaje de nuestra caravana

En 2011 fuimos convocados por el entonces director del Zoo de Buenos Aires quien nos pedía ayuda para encontrar un destino para la elefanta asiática Mara. Ella había padecido toda la vida atada a las cadenas de un circo tras otro hasta que, finalmente, en 1995, las autoridades judiciales de la ciudad de Buenos Aires procedieron a retirarla del circo Rodas, imputado por maltrato animal. No había opciones en ese entonces para ella más que el vetusto zoo de la ciudad, donde habitaban otras dos elefantas pero de una especie diferente; eran las jovencitas africanas Kuky y Pupi. Su situación era alarmante: debía compartir el recinto con las africanas, por lo que debían turnarlas para estar en el exterior. De esta forma Mara estaba sola durante 4 horas al día a la vista del público, y las 20 horas restantes debía permanecer encerrada en la parte interior de su recinto, sin ver la luz del sol. Lo mismo pasaba con Kukyy Pupi, aunque al menos ellas se tenían la una a la otra.

 

Pero en 2011, cuando nos reunimos con el director del entonces parque Zoológico de Buenos Aires, aún no había santuarios cercanos a donde trasladar a Mara aunque existiera la voluntad de hacerlo. Así llegó el año 2016 cuando tras una gran presión social por la muerte del oso polar Winner por causas aún no esclarecidas -pero atribuibles a las mismas condiciones de cautividad- el gobierno de la ciudad de Buenos Aires presentó en la legislatura el proyecto de Ley Ecoparque 5752, aprobada el 7 de diciembre de ese mismo año y que determinó la reconversión progresiva del ya ex zoológico en el actual Ecoparque, estableciendo entre otras medidas el traslado de los animales exóticos a santuarios donde pudieran recuperar su dignidad.

 

En paralelo, nuestro equipo ya estaba en contacto con la organización Global Sanctuary for Elephants (GSE) que estaba en el proceso de adquirir tierras en Brasil para crear el primer santuario de elefantes de Latinoamérica: el Santuario de Elefantes Brasil. Juntos, FFW y GSE hicimos una primera visita a Mara, Kukyy Pupi y mantuvimos reuniones con el equipo técnico del Ecoparque. Tras un diálogo que se manifestó de forma constante a través de los años y con un gran trabajo de colaboración entre todas las instituciones implicadas con el objetivo de mejorar al máximo el bienestar de las tres elefantas, se avanzaba en el camino correcto.

 

Fue así que en 2020 ya estaba listo el primer traslado de una de las elefantas de zoo de Argentina hacia el Santuario de Elefantes Brasil. En nuestro checklist teníamos todo en verde: caja de transporte importada y bien colocada en el recinto, Mara bien entrenada, Certificado Veterinario Internacional aprobado, documentaciones CITES de Argentina y Brasil aprobando el traslado, cuarentena de Mara finalizada y… llegó lo que no imaginábamos: la pandemia de covid-19. El mundo entero se detenía y el traslado también: restricciones estrictas para el movimiento de personas, fronteras cerradas… nadie sabía qué podía pasar ni cuánto iba a durar esta situación.

 

Lejos de desanimarse nuestro equipo, junto al del Ecoparque Buenos Aires, trabajaron intensamente para conseguir los certificados oficiales que permitieran salir a Mara del zoo acompañada de un reducido equipo que la acompañaría hasta la frontera, donde la estaría esperando el equipo del santuario para completar el viaje hasta llegar al deseado destino.

 

Fue así que tras varios días de viaje Mara pisaba la tierra roja del Mato Grosso y comenzaba una nueva vida junto a las elefantas asiáticas que ya residían en el santuario, quienes le dieron una bienvenida increíble; una de ellas en especial, Rana, corrió a su encuentro y Mara comenzó a vocalizar en un festejo que nos hace sospechar que es muy probable que se conocieran desde tiempo antes, de cuando ambas estaban en circos itinerantes. Ver a Mara por fin viviendo con una manada, interactuando con otras de su misma especie, caminando por vastas extensiones de las 1.250 hectáreas del santuario nos hizo sentir que todo había valido la pena, y que lo mismo se merecían el resto de elefantes cautivos. Así, con ese espíritu, abordamos el siguiente traslado que era más desafiante: esta vez se trataba del viaje de dos elefantas a la vez, Pocha y Guillermina, madre e hija que vivían en un foso en el Ecoparque Mendoza.

Pocha y Guillermina: ver la línea del horizonte por primera vez

En un caso paralelo al sucedido en la ciudad de Buenos Aires, el zoológico de Mendoza era objeto de grandes críticas por las condiciones de cautiverio de los animales allí alojados; y fue la muerte del oso polar Arturo en 2016 el disparador de una gran presión social que culminó en diciembre de ese mismo año con la aprobación por parte de la Legislatura Provincial de la Ley 8.945 y el Reglamento 451, ley y reglamento que suponen una completa reconversión del zoológico de Mendoza.

 

Junto al equipo de Global Sanctuary for Elephants, afincados en Brasil para la creación del Santuario de Elefantes, desde FFW comenzamos a trabajar en las mesas de diálogo con el gobierno y la dirección del actual Ecoparque, con la atención puesta en los elefantes cautivos de esta institución:

 

  • Pocha: elefanta asiática, madre de Guillermina
  • Guillermina: elefanta asiática, hija de Pocha y Tamy
  • Tamy: elefante asiático, padre de Guillermina y único macho presente en el país
  • Kenya: elefanta africana

Durante 54 años Pocha y 23 años Guillermina residieron en un pozo amurallado de cemento y piedra, un lugar que no cumplía con ninguno de los requerimientos básicos para la vida de un elefante.

 

Con el entusiasmo de lo conseguido para Mara, el próximo objetivo era el traslado de Pocha y Guillermina. El caso de estas elefantas del ex zoo de Mendoza que está en un proceso de reconversión era un verdadero desafío, tanto para el equipo responsable del traslado como para ellas mismas.

 

El hoy Ecoparque Mendoza había acordado con nosotros desde el año 2016 que el santuario de Brasil era el mejor destino para sus 4 elefantes: Tamy, Pocha y Guillermina (asiáticos, padre, madre e hija respectivamente), y Kenya, la solitaria elefanta africana.

 

Guillermina había nacido allí en el recinto destinado a elefantes asiáticos; por temor a que sufriera algún daño o accidente, el pequeño pasadizo que comunica el interior y el exterior de esta instalación, se cerraría definitivamente convirtiéndose en el “hogar” de Pocha y su hija que quedaron para siempre separadas del macho Tamy. Este recinto está excavado en la tierra, es un pozo con muros de piedra… muros que fueron lo único conocido por Guillermina durante 23 años; ella nunca había visto árboles, ni siquiera la línea del horizonte. Hacia donde moviera sus ojos, solo veía ese muro de piedra. Y a su mamá, Pocha.

 

Hubo un momento en que el personal del Ecoparque Mendoza había intentado intercambiar de lugar a los elefantes asiáticos, para que Tamy estuviera en el pasadizo, mientras Pocha y Guillermina podían disfrutar de un espacio más grande que era el que ocupaba su padre. Sin embargo, Guillermina solo conocía ese pozo y esos muros de piedra, por lo que sentía un gran temor de abandonar este pequeño espacio; Pocha parecía dispuesta a salir hacia el recinto más amplio pero Guillermina, con su trompa, retenía una de las patas traseras de su mamá para que no salieran de allí. Fue así que esta operación fue descartada.

 

Estos temores de Guillermina hicieron que el proceso de adaptación a la caja de transporte fuera el más lento de todos; además, era un desafío poder separarlas por primera vez en sus vidas, aunque fuera solo por unos días, los que duraba el viaje. Pocha pronto entendió el concepto de que la caja era un lugar seguro: entraba y salía, como mostrándole a Guille para animarla a hacerlo, sin embargo Guillermina solo metía la cabeza y el resto de su cuerpo quedaba fuera de la caja… y así fue durante meses.

 

Hasta que un día fue ella misma quien dio la respuesta de cómo quería hacerlo: en lugar de entrar caminando de frente, primero su cabeza y luego el resto de su cuerpo, logró entrar por completo en la caja caminando hacia atrás: primero las patas traseras para seguir retrocediendo hasta entrar con todo su cuerpo en la caja. La inteligencia de los elefantes no deja de sorprendernos y la de Guillermina no es una excepción.

 

Imaginen en todos esos meses todo lo que ocurrió: los documentos CITES veían caducar su fecha de validez, los medios de comunicación presionaban para obtener mayor información, e incluso gente conservadora que llegó a denunciarnos para que las elefantas se quedaran en Argentina (denuncia que terminó con un resultado maravilloso: la justicia no solo avaló nuestro trabajo sino que determinó que los elefantes son “personas no humanas”, lo que abrió un abanico de posibilidades infinitas en el campo de los derechos de los animales).

 

Y así llegamos a 2022; esta vez el checklist era perfecto y no hubo contratiempos o imponderables como pandemias u otros que atrasaran su partida. Allí estaban nuestras chicas, cada una en una caja de transporte enfrentadas entre sí para que pudieran verse e interactuar durante todo el trayecto hasta el destino final en Brasil.

 

Desde que llegaron, Pocha estuvo esmerada en enseñar a Guillermina a estar con las otras elefantas del santuario, incluso alejándose varios metros para que las demás interactuaran con ella. Las demás le enseñaron cómo comportarse de forma respetuosa con ellas, todas abuelas, y a controlar su energía de joven elefanta. Pocha parecía estar muy ocupada en planear estas estrategias de alejamiento… hasta que una mañana su cuerpo aparecía yaciendo en medio del bosque. Pocha había dejado este mundo sabiendo que su hija estaba en buena compañía. Todo ese esmero puesto en esas enseñanzas tenían un objetivo, lo que nos hace maravillarnos ante estos animales únicos, sensibles e inteligentes.

 

Hoy Guillermina está perfectamente integrada al resto de la manada del santuario, y Pocha murió en paz sabiendo que su hija no quedaba en soledad en el pozo donde habían vivido condenadas a la cautividad.

Los próximos traslados desde Argentina

Kenya y un traslado largamente deseado

La hermosa Kenya es una elefanta africana que llegó al zoo de Mendoza en 1985 cuando contaba con solo 4 años de edad, fruto de un canje con un zoológico alemán. Condenada a vivir en soledad, algo inaceptable para una hembra de esta especie, ella se muestra interesada en interactuar con las personas que se acercan a su recinto como forma de sentir algún estímulo que aunque sea por unos minutos la aleje de su triste realidad. Lógicamente no es lo que necesita… como toda elefanta, necesita estar con otras de su misma especie. Consciente de esta situación, el actual Ecoparque Mendoza acordó su derivación al Santuario de Elefantes Brasil (al igual que a los asiáticos Pocha, Guillermina y Tamy). Su instalación en Mendoza es un terreno amplio comparado con los que habitualmente vemos en muchos zoos urbanos, pero absolutamente hostil en términos de que carece de cualquier tipo de estímulo, y subrayamos que además la soledad es inaceptable y enloquecedora para ella.

 

Colaborativa, dócil, amable… así se muestra Kenya durante los entrenamientos médicos que permitirán que se le realicen las pruebas necesarias para obtener su Certificado Veterinario Internacional.

 

Sin embargo su viaje se vio demorado por años fruto de múltiples motivos: elecciones presidenciales tanto en Argentina como en Brasil lo que conllevó el cambio de autoridades responsables de emitir los permisos CITES de ambos países, y luego una negativa de Brasil a admitir el ingreso de elefantes dadas denuncias malintencionadas de sectores conservadores que consideran que las elefantas en Argentina son “patrimonio del país”, poniéndolas al mismo nivel que simples objetos, cosas. Al hacer llegar estas versiones al ente de Brasil que debe emitir el permiso CITES de exportación, solo lograron dilatar en el tiempo una mejora sustancial en la vida de Kenya y el resto de elefantes que esperan su partida para poder disfrutar del territorio del santuario. Tras gestiones bilaterales donde quedó meridianamente claro que las difamaciones estaban a la orden del día y que el Santuario de Elefantes Brasil es el mejor destino para ellas, finalmente se obtuvieron los permisos de ambos países y los tiempos se aceleraron.

 

En la actualidad la caja de transporte de Kenya ya llegó desde Brasil para comenzar su entrenamiento definitivo para realizar el viaje de su vida. Junto a Pupi (elefanta africana que reside en el Ecoparque Buenos Aires) serán las primeras elefantas africanas en salir de nuestro país, y las primeras que serán recibidas en SEB, en un área especialmente acondicionada para hembras de esta especie. Kenya, además, será la protagonista del documental ELE, guiado y narrado por Nicolás Pauls, por la productora Ecosysmedia.

Pupy, la urgencia de contener su pérdida

De forma paralela a la preparación de Kenya (Ecoparque Mendoza) para su traslado al Santuario de Elefantes Brasil, se está trabajando con otra elefanta africana con el mismo objetivo: Pupy (Ecoparque Buenos Aires).

 

Pupy llegó al ex zoo de Buenos Aires en el año 1993 junto a Kuky, provenientes del Parque Kruger en África; siempre juntas y muy unidas, Kuky demostraba ser la dominante y Pupy la más sumisa. Cuando el zoo recibió a Mara (elefanta asiática) proveniente del circo Rodas, debían compartir la instalación y la relación no era muy buena, además de que son especies diferentes que no deben convivir. La única posibilidad que les podía ofrecer el zoo era turnarlas para salir al exterior, por lo que tanto Mara como las africanas apenas podían disfrutar del aire libre escasas horas por día, esperando su turno para salir en las jaulas del interior del recinto. La salida de Mara hacia el Santuario de Elefantes Brasil mejoró esta condición para Kuky y Pupy, que podían acceder libremente al exterior o al interior de la zona destinada a elefantes.

 

Cuando tras mucho tiempo (casi dos años) al fin se pudieron destrabar los trámites burocráticos para su traslado internacional, y faltando apenas meses para concretar el que sería el mejor destino de sus vidas, durante la madrugada del 22 de octubre de 2024 Kuky colapsó y murió en su recinto; con mucha impotencia porque era cuestión de semanas que ellas pudieran salir del centro de la ciudad de Buenos Aires, todos los esfuerzos están puestos en el bienestar de su compañera de vida, la dócil y sumisa Pupy, quien está sufriendo ahora la pérdida de su amiga, su única compañera, su único lazo afectivo… Mientras el equipo de cuidadores y cuidadoras del Ecoparque Buenos Aires están dedicados a tiempo completo para su contención y monitoreo, estamos esperanzados en que cuando llegue a Brasil, junto a Kenya (elefanta africana de Mendoza), podrá nuevamente crear una relación sana y feliz con ella.

Tamy: un amoroso “chico malo”

El único elefante macho viviendo en Argentina es Tamy, quien reside en el Ecoparque Mendoza y es el padre de Guillermina la cual ya vive en el Santuario de Elefantes Brasil. Se calcula que nació en 1970 y llegó a Mendoza cedido por el Circo Hermanos Gasca en 1984, aparentemente porque se mostraba agresivo. Lo cierto es que Tamy demuestra de forma explícita su malestar en el cautiverio, y es famoso por arrancar piedras de los muros que rodean el foso donde vive y arrojarlas con su trompa hacia las personas que puede alcanzar; no se trata de agresividad sino de una búsqueda de interacción para atenuar su soledad. Esto se reveló aún más cierto cuando comenzó a recibir atención por parte de personal especializado al que por primera vez tuvo acceso gracias a las acciones conjuntas de nuestra fundación y el Gobierno de Mendoza junto a Global Sanctuary for Elephants. Allí se reveló como lo que es: un ser gentil, dispuesto a colaborar con sus entrenadores para poder realizarle pruebas veterinarias, y un disfrutador serial de esta atención que tenía solo para él por primera vez.

 

Tamy será el último elefante de Argentina que partirá hacia el Santuario de Elefantes Brasil. Mara abrió la puerta en 2020, y Tamy la cerrará dentro de poco haciendo de este país el primero en prescindir de las exhibiciones de elefantes y enviando a todos ellos a un santuario por motivos científicos y éticos.

Elefantes protagonistas en Catalunya

Susi y Bully: un zoo que todo lo hace mal

El zoo de Barcelona, a pesar de la gran cantidad de dinero invertido desde hace décadas y con altos costes que se mantienen en la actualidad, trata de modernizar sus instalaciones sin actualizar su filosofía, misión ni objetivos, dando la espalda a la ciencia y a los elefantes.

 

En este triste escenario viven Susi y Bully, dos elefantas africanas, en un recinto minúsculo y sin estímulos, esperando la voluntad política que decida aceptar el ofrecimiento del santuario de elefantes ubicado en Francia, Elephant Haven.

 

Susi: nacida en 1973 en estado salvaje, no sabemos en qué circunstancias ni cuándo fue capturada, pero su primer registro en España aparece en el Safari Park Vergel, en Benidorm (Comunidad Valenciana), zoo que en la actualidad ya no existe. En 2002, el zoo de Barcelona contaba con una elefanta asiática y una africana, Ali. Al tratarse de especies diferentes no podían continuar juntas, y al ver que Susi vivía en soledad en Benidorm, se decidió intercambiarlas y así fue como ese año Susi llegaba al zoo de la ciudad catalana. Muy sumisa y dócil, pronto se vió como Ali se convertía en la “matriarca” de esta relación de dos seres que estaban obligadas a vivir en un recinto de apenas 800m2. Al menos se tenían la una a la otra… hasta que Ali, aquejada de constantes cólicos y problemas digestivos, fue sometida en 2008 al proceso de eutanasia delante de Susi, una experiencia traumática no solo para ella, sino también para los visitantes del zoo. Y es que este operativo comenzó con el lanzamiento de dardos sobre el cuerpo de Ali en presencia del público, incluido los alumnos de un colegio de primaria cuyas profesoras pudieron documentar con sus cámaras el suceso y hacernos llegar ese material. Hicimos todo lo que se debía hacer por ella, que volvía a quedar absolutamente sola en un zoo: contactamos con los políticos del gobierno de la ciudad, así como también con los científicos más notables especializados en esta especie, como el caso de la Prof. Joyce Poole de ElephantVoices. También recurrimos a personajes de la cultura como el Premio Nobel de Literatura, José Saramago, quien rápidamente nos respondió con un texto único titulado “Susi” y que está incluido en su libros Cuadernos de Saramago. Lejos de reflexionar sobre los pasos acertados para brindar un buen futuro a la elefanta, el zoo de Barcelona decidió dar otros que reconocían los errores que señalamos en numerosas ocasiones, pero en un sentido absolutamente negativo: traer más elefantas. Todo ha quedado reflejado en el documental Susi, una elefanta en la habitación.

 

Bully: agravando aún más la situación, en el año 2012 el zoo de Barcelona decidió acoger a Bully, otra elefanta africana. La historia de Bully es tan triste como también lo es que utilizaran el malestar que manifiesta con su carácter difícil fruto de sus condiciones de vida para ponerle ese nombre; y es que, como suele ocurrir en circos y zoos, estas manifestaciones de carácter hacen que los elefantes sean catalogados como “agresivos”. Nacida libre en 1985, sabemos que fue obligada a sufrir los shows en el Circo Mundial y suponemos que por ser catalogada como “agresiva” terminó exhibida en el Bioparc de Valencia junto a otras elefantas africanas adquiridas por este zoo. Posiblemente por su carácter tiempo después decidieron deshacerse de ella y trasladarla al zoo de Barcelona.

En nuestra memoria

Desde que comenzamos a trabajar en Argentina con nuestra campaña para que los elefantes cautivos en zoos fueran trasladados a santuarios especializados para darles la oportunidad de sanar sus almas y sus cuerpos, recuperando así su esencia profunda de ser elefantes, y a pesar de tener el acuerdo de todos ellos para concretar estos traslados, algunos no pudieron conseguirlo; sus cuerpos exhaustos no pudieron soportarlo y tristemente claudicaron consiguiendo una liberación a su sufrimiento en la muerte.

Parte de nosotros se fue con ellas, aunque también parte de ellas vivirá por siempre en nosotros. Cada una fue única, especial, irrepetible. Pero con un denominador común: el daño causado por años de cautividad. Por esto es esencial recordar que no importa que tan cuidados estén los elefantes en los zoos, nunca será un entorno sano para ellos por las desmesuradas limitaciones inherentes a estos espacios.

La dulce Pelusa

Separada de su madre y su familia a la edad de dos años, Pelusa, elefanta asiática, viajó muerta de miedo y soledad desde el zoo de Hamburgo, Alemania, hasta el zoo de La Plata, Argentina. Llegó sola y sola estuvo toda su vida, en el mismo recinto por 49 años.

 

Siendo una pequeñita, Pelusa era el atractivo del zoo y hasta llegaron a alquilarla para que protagonizara una película, Un elefante color ilusión. En YouTube se pueden ver extractos de la película, incluida la cruda escena donde es realmente golpeada por el “villano” de la historia… se la ve tan pequeña, tan indefensa, tan desesperada.

 

En el pasado -según nos contaban los últimos cuidadores que tuvo- hubo un cuidador que abusaba de ella: la había entrenado para hacer una especie de show de circo en su recinto del zoo, y cuando había alguna mujer guapa entre el público su “cuidador” procedía a arrancarle a Pelusa los pelos de su cola con los que rápidamente hacía una pulsera o un anillo para regalarle a la mujer a la que quería conquistar, entre las risas y el aplauso del público presente… cuando la conocimos siendo ya una elefanta adulta pudimos comprobar que su cola ya no tenía pelos a causa de este maltrato.

 

Afortunadamente un nuevo equipo de cuidadores comenzó a trabajar en el zoo de La Plata, hoy Bioparque, un equipo humano sensible a la situación de Pelusa y que trabajó de forma dedicada para devolverle todo aquello que la vida del zoo le robó. No se trataba sólo de devolverle la dignidad, sino también de devolverle la salud: Pelusa padecía de una de las enfermedades más comunes de los elefantes en cautividad, una grave y profunda infección en sus patas que no sólo le causaba dolor sino que además es la causa más común de muerte de los elefantes cautivos. Esto es así porque esas infecciones tienen su raíz en la falta de ejercicio, de estímulos para caminar, por pisar constantemente en un suelo ya infectado de sus propios orines y heces y que, dado el peso de estos animales, apisona de tal manera el sustrato (que de por sí es inadecuado)que la tierra adquiere la densidad del cemento. A esto debemos sumarle la absoluta soledad que le causaba un sufrimiento insoportable: los elefantes son animales matriarcales, altamente sociales y con sociedades con relaciones complejas. El mamífero terrestre más grande del mundo tiene un cerebro evolucionado que le permite tener conciencia de sí mismo, planificar y anticiparse al futuro para tomar decisiones, comunicarse de muchas maneras con los miembros de su familia y con otros clanes… todo esto, tan natural en los elefantes, les es negado sistemáticamente en su vida en cautiverio.

 

Después de un largo año en el que desde FFW trabajamos junto al equipo del zoo y al de Santuario de Elefantes Brasil, nos hubiera gustado poder cerrar su historia brindándole la posibilidad de llegar al santuario para que, como dijo con lágrimas en los ojos Martín Davids (uno de los más antiguos trabajadores del zoo) en la reunión que mantuvimos con el gobierno de ese entonces de la ciudad de La Plata ,“que tenga la oportunidad de tocar con su trompa la trompa de otro elefante”, por primera vez en casi 5 décadas…

 

El 4 de junio de 2018 el debilitado organismo de Pelusa dijo basta antes de que la burocracia estuviera dispuesta a reaccionar. Y fue ella quien, aunque nunca llegó al santuario, abrió la puerta a todas las demás; nunca habíamos visto tan de cerca las secuelas nocivas de la cautividad en un elefante, así como tampoco nunca habíamos visto un equipo de cuidadores de zoo tan dedicado e ilusionado con la posibilidad de que Pelusa saliera de allí, con un amor e interés tan puro, tan carente de egos y con un interés real, concreto, un equipo preocupado y ocupado, a pesar de que las autoridades administrativas no les reconocieran lo suficiente su trabajo, ni tampoco hicieran un verdadero esfuerzo por ayudar a Pelusa que se estaba apagando de a poco… hasta que definitivamente su cuerpo nos dejó y su alma hizo que nos comprometiéramos aún más para que ningún otro elefante cautivo sufriera lo mismo que ella tuvo que padecer.

Merry y un arrepentimiento que llegó demasiado tarde

Confinada en un zoo privado de la ciudad de Entre Ríos, Argentina, Merry era una elefanta asiática de alrededor de 50 años que fue explotada desde muy pequeñita en los shows del Circo Safari propiedad de la familia Zipitria. Fue un descendiente de esta familia quien, tras las dificultades para encontrar dónde actuar dadas las prohibiciones regionales de circos con animales, tomó los animales del circo a su cargo y cesó con esta práctica creando El Arca de Enrimir, un zoológico en el que Merry vivió hasta su muerte en 2018.

 

Cuando la conocimos personalmente en 2013 Merry nos enamoró de forma absoluta, era realmente un ser adorable, pero a la vez nos partió el corazón ver que vivía en soledad, en un entorno empobrecido de estímulos, y que era utilizada algunas veces como reclamo para atraer visitantes ya sea para que se pudieran subir sobre ella para tomarse fotografías, o haciéndola caminar al costado de la ruta para llamar la atención de las personas que transitaban por la zona. A veces, le ponían una camiseta con los colores de la selección argentina de fútbol y la hacían patear goles al arco.

 

Tras un diálogo sincero con Diego Zipitria, este comprendió rápidamente que el futuro de Merry no incluía seguir con estas prácticas y que, además, debía brindarle la oportunidad de recuperar su espíritu de elefante, de vivir en manada, de caminar por largas extensiones de terreno… pronto acordamos que debía ser trasladada al Santuario de Elefantes Brasil. Zipitria abrazó esta idea y todos nos pusimos a trabajar con este objetivo; sin embargo Merry sufrió un infarto meses después, el 27 de diciembre de 2018.

 

Si bien un elefante de 50 años es un geronte, sus muertes siempre causan estupor además de mucho dolor; y Merry no fue la excepción a estos sentimientos que aún hoy nos emocionan al pensar en ella, en lo que podría haber sido y no pudo ser, y estos hechos abren un abanico de reflexiones que a veces desde las esferas del poder no se tienen en cuenta: cada día de un elefante cuenta, no podemos tolerar las inmensas trabas burocráticas que les hacen perder un tiempo precioso, y muchas veces, perder sus propias vidas.

Kuky, cuando la burocracia mata

En 1993 llegaron al zoológico de Buenos Aires provenientes del Parque Kruger, en África, las elefantas africanas Kuky y Pupy, siendo apenas unas crías de 3 años de edad. En ese momento de la historia se realizó una especie de concurso donde la gente podía votar los nombres que recibirían: ganaron Lucila y Araceli. Sin embargo, un cuidador de aquel entonces las comenzó a llamar Kuky y Pupy y estos apodos se hicieron populares hasta hoy.

 

Pronto Kuky comenzó a mostrar su fuerte personalidad convirtiéndose en la líder, mientras Pupy siempre fue más tranquila y sumisa. Al tiempo llegó la elefanta asiática Mara, tras que la justicia se la quitara al Circo Rodas por malos tratos y determinara que debía ser alojada en el zoo de la ciudad. No tardaron en aparecer los problemas de convivencia -además de que asiáticas y africanas son de especies diferentes- por lo que se complicaron las condiciones de alojamiento de las tres; así, debían turnarlas para estar en el recinto exterior, Mara apenas por unas horas, Kuky y Pupy otras tantas, lo que significaba que debían permanecer encerradas en las instalaciones interiores por turnos.

 

Era característico encontrar a la hermosa Kuky transportando un neumático con su trompa, del que nunca se separaba y con el que cumplía el ritual constante de ponerlo de pie sobre la tierra del espacio exterior de su recinto; si el neumático caía tumbado en el suelo, rápidamente regresaba hacia el lugar para volver a ponerlo de pie. Si bien causaba cierta gracia y ternura ver este comportamiento de Kuky con su juguete, no dejaba de darnos una tremenda pena que hubiera desarrollado este apego artificial tratando de reemplazar los apegos reales que tienen las elefantas… era una muestra de una carencia que ella había tratado de reparar.

 

Con la ley de reconversión del antiguo zoo de la ciudad en el actual Ecoparque Buenos Aires aprobada en 2016 -que determinó entre otras medidas el traslado de los animales exóticos a santuarios donde pudieran recuperar su dignidad- y tras la partida en 2020 de Mara hacia el Santuario de Elefantes Brasil, comenzamos a trabajar con el mismo equipo preparando a Kuky y Pupy para su futuro traslado al mismo destino.

 

Luego de una extremadamente larga espera y con la burocracia siempre presente como el gran obstáculo para conseguir los permisos para traslados internacionales, finalmente las autoridades competentes de Brasil emitieron los permisos para el ingreso de Kuky y Pupy a ese país, para llegar al fin a su “tierra prometida” en SEB. Sólo un día después, el 22 de octubre de 2024, Kuky moría en su recinto exterior con solo 34 años de edad. Los tiempos burocráticos, los responsables de los mismos, parecen no entender que cada día que se pierde en firmar un papel tiene un precio imposible de valuar: este tiempo perdido se lleva vidas por delante, esta vez la de la hermosa Kuky, dejando a Pupy sin su compañera de vida y a quienes trabajamos por su liberación con el alma rota en mil pedazos.

Sharima, encadenada en cuerpo y alma

Sharima es el caso más triste e inhumano que presenciamos en Argentina; confinada en el zoo privado de Luján, hoy clausurado por la justicia tras denuncias de malos tratos y demasiadas irregularidades como para resumirlas en un escueto listado, encontró la muerte a la temprana edad de 25 años convirtiéndose en el emblema de todo lo que el ser humano es capaz cuando la ética se ausenta y solo importa el interés económico.

Nacida en 1995 en Sumatra, fue comprada junto a otra bebé, Arly, y enviadas al zoo de Luján; tenían alrededor de 4 años cuando llegaron a ese lugar. Este zoo es tristemente célebre por permitir que los visitantes interactúen de forma directa con los animales que alberga: son famosas las fotos de turistas subidos a lomos de tigres, leones, posando dentro de las jaulas con grandes felinos… y Arly y Sharima no fueron una excepción a estas malas prácticas.

Durante años pasearon a los visitantes que se trepaban sobre sus cuerpos, y fueron sometidas a largas jornadas en las que debían levantar una mano y la trompa, la pose a la que eran obligadas para las fotografías que los turistas se llevaban de recuerdo… una y otra vez; en algunos videos podemos observar a Sharima agotada buscando apoyar su peso un poste contiguo para aliviar el cansancio. Vivieron mucho tiempo encadenadas y para su manejo se utilizaba el bullhook (garfio de metal con mango de madera que es clavado en las partes más sensibles, las de mayor cantidad de terminaciones nerviosas, para que a través del miedo al dolor, el elefante responda al capricho humano).

La primera en sucumbir a estas espantosas situaciones de cautividad fue Arly, en 2015, cuando contaba con solo 22 años de edad. Murió y fue enterrada en el mismo recinto, lo que hacía que Sharima con su pata intentara constantemente retirar la tierra bajo la cual yacía su compañera. El zoo lo “solucionó” colocando una enorme piedra tapando el lugar.

En 2020 nuestras amigas de la organización Elephant Helpers consiguieron ser recibidas por el dueño del zoo para monitorear el bienestar de Sharima; le hablaron de nosotros, del Santuario de Elefantes Brasil, y registraron fotos y videos de la elefanta sobreviviente. Comenzaba así una etapa de diálogo y fue nuestro caso más difícil porque los acuerdos con el propietario del zoo se abrían y se cerraban de forma constante, dilatando en el tiempo las necesidades reales de la elefanta. Cuando Scott Blais, de Global Sanctuary for Elephants, vio el material que se había registrado en esta visita fue contundente: era evidente que sufría de problemas cardíacos, y era necesario un examen veterinario exhaustivo para ayudarla a que encontrara mayor confort en su cautiverio ya que Scott vio que un traslado no era posible con estas condiciones de salud tan graves.

Así lo comunicamos al dueño del zoo de Luján que, al estar denunciado por el entonces Ministerio de Ambiente de Argentina y con las instalaciones clausuradas por orden del juez tras esta denuncia, nos comunicó que solo el ministerio o el juez podían autorizarnos a ingresar con veterinarios especializados (algo que obviamente faltaba a la verdad); sólo él podía abrir las puertas de su negocio para que Sharima pudiera ser correctamente diagnosticada y tratada, pero como siempre, con su mecánica de abrirse y cerrarse al diálogo, el precio lo pagó Sharima con su vida.

El 10 de enero de 2021 Sharima cayó al foso de la instalación donde había vivido desde pequeña, encontrando la muerte como única salida para su liberación. La causa penal contra el zoológico de Luján sigue en trámite, y muchos animales de distintas especies continúan esperando los tiempos de la justicia, los tiempos humanos, que no entienden que los animales no son cosas esperando a que alguien los cambie lugar, sino seres sintientes que sufren segundo a segundo, día a día, año tras año, de un trato indigno y un futuro incierto.

Yoyo, sumida en las tinieblas de la locura

Tras una potente campaña que iniciamos en 2009 por la elefanta africana Susi, recluida en el zoo de la ciudad de Barcelona, esta institución comenzó a buscar más elefantes para hacerle compañía, como si la soledad hubiese sido el único problema de mantener elefantes cautivos en medio de un ámbito urbano. Pronto encontraron que muy cerca, en el antiguo Aqualeón Safari de la provincia de Tarragona, y tras que la empresa se declarara en quiebra muchos animales habían quedado en absoluto abandono, entre ellos la elefanta africana Yoyo. Rápidamente hicieron los trámites necesarios para llevarla a Barcelona para compartir recinto con Susi.

 

Yoyo había nacido libre en 1968, y no sabemos cómo, cuándo ni en qué circunstancias llegó a Europa donde fue explotada en distintos circos hasta terminar abandonada en el zoo safari de Tarragona.

 

La vimos llegar al recinto de Susi mostrando fuertes movimientos estereotipados, sacudiendo violentamente su cabeza arriba y abajo. Cuando en 2010 gestionamos la visita de la profesora Joyce Poole, de ElephantVoices, nos manifestó su asombro al ver que era una hembra, ya que mostraba una musculación en su cuello propia de machos, la que estaba causada por su estereotipia constante. También presentaba graves problemas dérmicos, y en 2022 comenzó a ser tratada por una gran infección en una de sus patas; en esa oportunidad ofrecimos a la dirección del zoo de Barcelona, y de manera absolutamente gratuita, la posibilidad de llevar a expertos internacionales en tratamiento de estas afecciones. Nuestra urgencia es porque este problema es una de las causas de muerte y sufrimiento más comunes en elefantes cautivos. No obtuvimos respuesta.

 

Finalmente, el 28 de diciembre de 2024 el zoo comunicó la muerte de Yoyo, aunque aún no se han determinado las causas exactas.

 

A pesar de que el zoo sabe que esta cautividad no es buena para las elefantas, sigue manteniendo en el mismo recinto a Susi y a Bully, negándoles el traslado al santuario de elefantes de Francia, Elephant Haven, quienes han aceptado recibirlas.

¿Querés que Argentina se convierta en el primer país libre de elefantes en cautiverio por Ley?

El
Podcast

ELEcast te invita a hacer un recorrido en 360º alrededor de la relación entre los humanos y los elefantes, la ciencia y la consciencia.

La
Campaña

Tiene el propósito de facilitar los traslados de elefantes a santuarios, y generar consciencia sobre los efectos de la cautividad en estos asombrosos animales.

El
Documental

ELE nos invita a acompañar a Kenya en su viaje final hacia la libertad, pero también nos desafía a reflexionar sobre nuestra propia vida.